BLOG DE ADA VALERO
Relatos, reflexiones, artículos de opinión, citas, imágenes que valen más que mil palabras, palabras que valen más que mil imágenes, música y músicos, películas, libros... Todo lo que me gusta compartir. Desde este Rincón a vuestros rincones.

sábado, 13 de febrero de 2010

Daniela

Hasta hace unos días, yo era un narrador omnisciente en busca de una historia. Vivo atento a mi entorno, tengo un oído ejercitado en el arte de cazar fragmentos prometedores de conversaciones mediocres y la habilidad de diseccionar miradas o capturar gestos fugaces. Colecciono anécdotas que sueñan con ser tramas y rostros aspirantes a personajes, preferentemente protagonistas. Durante el día administro mis archivos con eficiencia y dedicación, yo diría que incluso derrochando ese mimo por el detalle que distingue a los narradores omniscientes, y espero la llegada del anochecer para escribir, convencido de que sólo en la penumbra se iluminan las historias.
Sin embargo Daniela, desde su escritorio en la recepción de la biblioteca adonde fui hace unos días a documentarme, lo ha traspapelado todo: los rizos anaranjados de su pelo parecen haber prendido fuego en mis archivos, donde ya todas las caras tienen sus rasgos y todas las tramas conducen hasta su mesa. La omnisciencia se me ha enredado en la flor rosa de croché que despeja de rizos su frente y ando ciego para todo lo que no sea su sonrisa, a tientas por entre las puertas cerradas de su interior.
Desde entonces vengo todos los días a esta biblioteca donde trabaja, en el último turno. Llega a las ocho y entonces parece que el neón de la sala adopta sus colores, agravando felizmente mi ceguera. Los estudiantes la saludan joviales, no tardarán en rodearla con sus peticiones y demandas, alargando la proximidad de su sonrisa o de sus ojos atentos con preguntas que los delatan, de puro retóricas. Podrían ser los secundarios de la historia que se me niega porque se me resiste la protagonista. Con ellos pongo a prueba mis viejas habilidades e intento recomponer mi archivo, lleno ahora de las frases que intercambian con Daniela y de las efusiones que ella les regala. Por ellas sé que Daniela es dada al halago de las palabras. A veces me abre alguna puerta más por la que asoman los libros que lee o las imágenes en las que se recrea. Por ellos sé que Daniela es aficionada a le lectura y a las artes plásticas. Lo demás, es materia oscura.
Este último fin de semana me torturó la ignorancia y me entretuve en idear modos de acercarme a su mesa y enredarla en una conversación que me devolviera la clarividencia perdida. Las horas que me separaban de la cita diaria a las ocho las dediqué a armarme de valor y de pretextos, pero el lunes y el martes pasaron de largo sin que el valor me asistiera.
Esta noche por fin me he acercado a su mesa, sosteniéndome en un libro descatalogado en el que mis manos temblorosas habrán dejado la huella de una presión singular. Blandiéndolo como si fuera más escudo que pretexto, apenas he podido iniciar mi frase: Daniela, pasando una mano por mi brazo, se ha levantado, "Disculpa un segundo, príncipe, enseguida estoy contigo", me ha dicho, y ha desaparecido entre las estanterías, dejando la sala sumida en la hiriente luminosidad del neón. Mientras esperaba su regreso, he estudiado los objetos que llenan su mesa hasta dar con un cuaderno abierto en el que estaban escritas en letras rojas las palabras que han dado al traste con mi vocación de narrador omnisciente: "A veces es difícil ser y lo que hay no siempre es lo que es y lo que es no es siempre lo que ves."
De vuelta en mi mesa, he decidido que no me importa la voz que escribe, mientras escriba de Daniela.

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