BLOG DE ADA VALERO
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viernes, 29 de enero de 2010

Al calor de la lumbre

La palabra hogar proviene del latín focus. Designaba, y aún lo hace, el lugar de la casa donde se encendía la lumbre, en torno a la que a lo largo de los siglos se han desarrollado y organizado la vida de las familias. La relación con el fuego se presta a perfilar una imagen del entorno familiar marcada por sensaciones cálidas y acogedoras. Lo sabe bien quien ha conocido la intemperie de la distancia y la soledad; lo saben los ausentes, los que conocen el exilio, la persecución; los desplazados y los refugiados forzosos; los que lloran la ausencia de algún ser querido, de alguno de esos allegados que en vida poblaron el hogar y lo convirtieron en foco de calor y abrigo.
Para los más afortunados, la Navidad conserva aún en su esencia ese brillo tenue que iluminaba los rostros de los reunidos en torno a la lumbre del hogar. Los miembros de una familia, desperdigados por la geografía o simplemente sumidos en la distancia mental que impone la servidumbre cotidiana del trabajo, acuden a la casa paterna. El encuentro se celebra en la mesa, alrededor de una cena o un almuerzo que nunca son como las cenas y los almuerzos habituales del resto del año, sino siempre más abundantes, más esmerados, más lujosos. Se ponen los mejores manteles, se usa la mejor vajilla, la mejor cristalería, y también las conversaciones festejan la calidad y los placeres de la buena mesa. El fuego del hogar se adorna con las luces de la celebración.
Dicen que la familia tradicional está en peligro, amenazada por el creciente número de modelos alternativos de convivencia, que conducen a su desintegración. Los que ponen el grito en el cielo (literalmente), los que se escandalizan y buscan a los culpables de tal amenaza, olvidan que lo tradicional en la familia no lo aporta la naturaleza de sus miembros, sino los vínculos que se establecen entre ellos: es precisamente la existencia de esos vínculos, de esos lazos emocionales y sentimentales, la que crea a la familia, la que la convierte en núcleo que desprende calor, que regala abrigo, llegando a ser hogar, lugar de luces y de lumbres, acogedor y cálido.

Donde hay hogar, ahí está la familia. Qué triste que precisamente en estas fechas tan familiares, tan hogareñas, sean tantos, o al menos tan ruidosos, los que sólo conciben el calor de sus propias lumbres y se empeñan en ver intemperie y frío en las lumbres ajenas y alternativas. La intemperie y el frío existen, sí, y están muy cerca: allí donde no llegan la solidaridad, la tolerancia y el respeto.
(Enero de 2008)

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