BLOG DE ADA VALERO
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sábado, 30 de enero de 2010

TRAGICOMEDIA


Soy mi personaje, un títere tragicómico con el alma habitada por dos bestias antagónicas que se disputan su gobierno. Los años bajo su influjo no han conseguido inclinarme hacia el capricho de una ni de otra, más bien les he cedido pronto mi cabeza como campo de batalla, evitando arbitrar en sus contiendas para cumplir con la máxima de que gane el mejor, si no es el azar quien decide la partida. No es fácil decantarse, por eso someto dócilmente mi voluntad al resultado de su enfrentamiento.
A un público ajeno le aterrará probablemente la cruel apariencia del Solespino: fascinado por su majestuosa cabeza de águila, le augurará en un primer momento la victoria, pero una mirada más atenta le descubrirá a una criatura más bien menuda, aunque ataviada con atributos capaces de infligir graves heridas: su lomo curvo lo cubre un manto de espinas semejantes a las del puercoespín, afiladas y negras como noche sin luna. Sus largas y flexibles patas le proporcionan agilidad para abarcar en breve carrera los cuatro costados del ring en que han convertido mi cabeza. De su extremo posterior sobresale de entre una mata de pelos como cerdas un poderoso aguijón de efectos narcóticos. Pero su cuerpo oculta al ojo distraído un vientre acolchado, mullido, acogedor como una almohada de plumas. Conocí su suavidad en las jornadas de tregua, cuando se tumbaba para observar largamente a su enemigo y prestarle un espejismo de ventaja. Así es la esquizofrenia con que aturde mi cabeza el Solespino, rodeándome de una soledad que suele ser hiriente y que, sin embargo, en ocasiones resulta acogedora.
Su oponente, el Vitaronte, se granjearía fácilmente las simpatías de este público. Su cuerpo orondo y robusto se apoya sobre cuatro patas como troncos, con largas uñas torcidas a modo de raíces. Celebraría sin duda su cabeza de mono burlón y risueño, sus enormes dientes dibujando sonrisas, y aplaudiría sus frecuentes muecas, aunque a veces rayen en la estridencia. Tardaría en descubrir, oculta tras un menudo rabo de rinoceronte, una hendidura que incita a la lascivia cuando se contonea como un metrónomo al compás de su oscilación. Pronto comprendería que el Vitaronte es goloso, hedonista y ególatra y que su fuerza, pero también su debilidad, emanan en igual medida de su obstinada dedicación al placer.

Sobre la hostilidad del Solespino y del Vitaronte se ha construido mi existencia, y así ando, perdido, de mí mismo a mí mismo, títere y no actor en la incesante tragicomedia de la vida.
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