BLOG DE ADA VALERO
Relatos, reflexiones, artículos de opinión, citas, imágenes que valen más que mil palabras, palabras que valen más que mil imágenes, música y músicos, películas, libros... Todo lo que me gusta compartir. Desde este Rincón a vuestros rincones.

viernes, 29 de enero de 2010

SU PRIMERA VEZ


Según me confesó la noche que la conocí, Estela había sido una puta aceptablemente feliz. Sepa el lector que no hay intención ofensiva en el término empleado, me importa insistir en que me limito a transcribir sus palabras, obedeciendo a su expreso deseo. Pon puta, me había dicho haciendo un esfuerzo por vocalizar, nada de prostituta ni chorradas por el estilo, puta a secas. El discurso en pasado no es casual (he necesitado tiempo para sentarme a escribir su historia), pero nuestro encuentro sí lo fue: ni yo buscaba un numerito rápido (nunca más) ni ella un cliente intempestivo para cerrar la noche. El pinchazo me había sorprendido en medio de aquel polígono lúgubre que cruzaba a diario al abandonar la redacción del periódico, ya de madrugada. Estela se me acercó tambaleándose y me ofreció ayuda para cambiar la rueda a cambio de tabaco y unos cuantos euros para un cartón de vino. Un ofrecimiento conmovedor, habida cuenta de su lamentable estado: apenas se tenía en pie. Ya en el coche, buscando una gasolinera donde comprar alcohol, celebró el calor de la calefacción y se disculpó por no ofrecerme su servicio habitual, convencida de que viniendo de una puta tirada y vieja como ella, sería una ofensa imperdonable para todo un señor como yo. En su lugar me invitó a compartir la bebida. Cuando aparqué me contó su historia, entre sorbos de alcohol y humo de cigarrillos compartidos, en la oscuridad de un arcén solitario.
Estela había sido una puta aceptablemente feliz. No había tenido que hacer la calle, la calle te machaca, es la muerte lenta, me explicó, siempre hace demasiado frío, todo da demasiado asco, hasta una misma da demasiado asco, ¿conoces esa sensación? No, ella trabajaba para una agencia con apartamentos propios y horarios decentes, la clientela era selecta, gente limpia, burgueses aburridos y sin imaginación, que creían que ir de putas les daba la chispa adecuada a sus vidas mediocres. Ella tenía más que estudios: para usar sus palabras, era una puta cultivada, con licenciatura y todo, pero con muy poca vista para las compañías, así que la suya había sido la habitual cadena de errores dirigiendo sus pasos hacia la única puerta que parecía permanecer abierta, la de la prostitución. Pero prostitución por la puerta grande, añadió alzando un tembloroso dedo índice, vaya, puta de lujo, para que me entiendas. Iba al gimnasio y vestía de marca, nada que ver con la ordinariez de sus trapos actuales, y hasta podía permitirse un mesecito de vacaciones en verano. Durante un tiempo incluso tuvo su buena historia de amor con un cliente que la habría retirado de no estar casado.
Pero entonces, al cabo de casi tres lustros, apareció aquel chiquillo. La jefa decidió que tenía que encargarse ella, la diferencia de edad no importaría, hacía falta una puta experta como ella, con sus tres lustros de oficio a cuestas: aquel chico era un diamante en bruto, no por virgen, que lo era, sino por solvente, hijo de padre solvente, nieto de abuelo solvente y presumible heredero de la afición putañera de los suyos si la primera vez era lo suficientemente satisfactoria. Había que esmerarse para asegurarse su fidelidad.
Y Estela se esmeró. Supo ser delicada en los preliminares, concederle el espejismo del deseo compartido y hasta cierto regateo que a él le regaló la ilusión de la conquista. Luego fue encendiéndolo con el halago certero de su juventud, de su virilidad, dándose por pagada por el privilegio de gozar de un cuerpo fibroso y fuerte como el suyo, de ese maravilloso poderío aún sin explotar, lo que darían sus compañeras de universidad por ocupar su puesto, pero de eso nada, qué más quisieran ellas, este caramelito dulce era para su boca, ¿verdad que sí, mi amor?, le susurraba al oído, comprobando complacida en el volumen creciente de sus gemidos la creciente intensidad de su excitación.
Cuando todo concluyó, Estela experimentó una ternura inesperada al contemplar al chico, que yacía desmadejado en la cama, con los ojos cerrados y un rastro de plácida debilidad en los labios. Obedeció al impulso de atraerlo hacia sí y abrazarlo, acariciándole la cabeza que descansaba sobre su pecho. Él entonces abrió los ojos, se incorporó bruscamente y la miró. En sus ojos había una venenosa mezcla de estupor y desprecio. Yo sólo había querido ser cariñosa, me explicó arrastrando torpemente las palabras, para que se marchara con la ilusión de haber hecho el amor por primera vez, no de haberse follado a una puta que le doblaba la edad.
El chico no volvió por allí, y tampoco lo hizo el padre, indignado porque a su hijo lo había desvirgado una puta cuarentona ignorante de su oficio, así que la empresa dejó de llamarla y, cuando pidió explicaciones, la despacharon, afeándole el numerito maternal de novata que les había costado la lucrativa fidelidad de dos clientes.
Amanecía cuando la dejé en su portal. Me pidió que escribiera su historia. Le ilusionaba imaginar que pudiera llegar a las manos del hombre que tantos años atrás se estrenó en su cama y le arrancó unos minutos de ternura. No estará orgulloso, le contesté. Ella se limitó a sonreírme encogiéndose de hombros y después desapareció tras el portal.
Se fue sin enterarse de que el chico nunca volvió a acostarse con prostitutas, de que no estaba orgulloso, de que desde la noche del pinchazo en el polígono industrial conoce bien la sensación de darse demasiado asco.
***

No hay comentarios:

Publicar un comentario