BLOG DE ADA VALERO
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sábado, 30 de enero de 2010

FINAL ALTERNATIVO (Nueva historia de Teresa y el Pijoaparte)



Últimamente pensaba con frecuencia en Maruja. No tenía sentido: Maruja sólo había sido el entretenimiento adecuado en el momento adecuado. Y sin embargo, pensaba a menudo en ella. Maruja, tan boba, tan fácil de conquistar, tan poquita cosa... Si se mantuvo a su lado fue porque cerca andaba Teresa y -ahora puede reconocerlo- sólo Teresa estaba a la altura de su ambición. Teresa, tan rica, tan progre, tan inalcanzable... Altas aspiraciones para un charnego mangante que apenas tenía donde caerse muerto. Pero, cuidado, aunque charnego y pobre, él nunca sería parte de la chusma: él era el Pijoaparte, todo un ejemplar de macho bien plantao y guapo de quitar el hipo.
De pie frente al ventanal, Manolo fumaba un cigarrillo. Miró de reojo a Teresa, que parecía enfrascada en la lectura del periódico. Elegante como cuando la conoció, su ropa ya no intentaba disfrazar con tejanos y deportivas de boutique a la mujer rica que siempre fue. Se había aburguesado definitivamente y lucía finas blusas de seda, trajes de chaqueta y joyas sin que le torturara ya la mala conciencia de la transgresora izquierdista que quiso ser, hace tanto tiempo. A Manolo, al principio, le había aliviado que por fin se acabaran las charlas en tono de mitin, el apasionamiento ridículo con que siempre había pretendido despertar su conciencia de clase, como si su clase fuera algo de lo que tuviera que estar orgulloso, como si no llevara toda la vida intentando salir del arroyo, limpiarse la mugre miserable de sus orígenes y trepar a donde estaban ella y los suyos, esos perdonavidas ricachones que en su presencia parecían avergonzarse de su cuenta corriente, sin dejar por ello de exhibirla a diario en forma de conversaciones ininteligibles, entre cubatas saboreados junto a las piscinas de sus magníficas torres.
Cuánto había deseado su cuerpo en aquellas mañanas de playa, su piel tostada, las vetas doradas de su pelo, mientras acompañaba con fastidio a la criadita acomplejada por el bikini prestado de la señorita. Pero aquellas sí eran carnes, piensa ahora, recordando las redondeces pálidas y prietas de Maruja, sus muslos rotundos y fuertes rodeándolo, amarrándolo a su vientre. Simple, humilde Maruja, invisible cuando aparecían Teresa y su inconsciente sofisticación.
La voz untuosa de Teresa a su espalda lo sacó de su ensimismamiento:
- Manel, tresor, em dones una cigarreta, si us plau?
- ¡A mí me hablas en cristiano, carajo!- le espetó Manolo, volviéndose bruscamente hacia ella, -Manel p'acá, Manel p'allá- siguió diciendo- ¡qué mariconada de nombre!-
Y mientras gritaba entre aspavientos le parecía oírla, la voz recia y ajetreada de Maruja diciendo su nombre cuando él aparecía sin aviso por la torre; su voz juguetona y risueña cuando le metía mano por debajo de la falda, "Ay, Manolo, bruto..."
Se alejó del salón entre improperios, añorando de pronto el sonido estridente de aquellas motos que robaba para recorrer en una carrera ciega y vertiginosa el extrarradio de Barcelona; añorando al que fue, el Pijoaparte en volandas por la carretera, hecho un pincel para colarse en las fiestas de los niños ricos de la alta burguesía catalana y enfrentar con altanería el recelo de las miradas, llevándose luego a la grupa a la criadita ardiente, pero esta vez para no soltarla más.
En el salón, Teresa lo siguió con la mirada hasta que desapareció, después carraspeó levemente, se atusó el pelo con un tintineo de pulseras y pasó la página del periódico, revisando el siguiente titular.
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