BLOG DE ADA VALERO
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jueves, 28 de enero de 2010

CORRESPONDENCIA


Aunque sucediera a diario, Lucía siempre se había detenido en aquellas horas con la dedicación propia de los momentos excepcionales. Era preciso detectar el rincón más luminoso de la casa y en función de la luz elegir la música de fondo, a sabiendas de que la conjunción de música y luz dejarían como siempre su barniz en el tono, en la cadencia de las frases, en el color brillante o sombrío de las palabras.Los días grises pedían las melodías desgarradas del fado y sus voces de timbres metálicos; si la luz era intensa, había que escuchar preferentemente sinfonías tempestuosas. La Novena de Beethoven era su joya de la corona para amplificar la eclosión del sol en las ventanas, pero también se dejaba cierto espacio para la improvisación musical en atención a las variaciones imprevistas de su ánimo o cuando la luz declinaba hacia el atardecer, y entonces podía ser la voz susurrante de Norah Jones la que prendiera de sensualidad sus cartas o el timbre un punto disonante de Jolie Holland el que le dictara palabras de celebración y bienvenida.
En la premeditación con que iniciaba el ritual diario de escribir a Daniel se confirmaba siempre la fortaleza de sus sentimientos. No importaba lo llenos de obligaciones que estuvieran sus días, que ella sabría encontrar el momento de regresar a los rincones luminosos con el tiempo necesario para dejarse inundar por la música elegida y abrir entonces su portátil, demorándose sin impaciencia en la contemplación de su entorno iluminado, lo suficientemente acogedor como para dejar en cada carta un rastro ambiental, la huella muda de una invitación.
Mientras en la pantalla se sucedían las páginas hasta llegar a la bandeja de entrada de su correo, Lucía decidía la intensidad del saludo y entornaba ligeramente los ojos, saboreando la primera frase, que hoy sería risueña y dulce, con un toque suave de nostalgia. En ese momento, su dedo pulsaba el ratón para abrir la bandeja de entrada; con una nueva pulsación elegía el nombre de Daniel, y cuando en la pantalla aparecía la última carta de su novio, pulsaba sobre el campo de respuesta.
Se tomaba su tiempo, buscaba las palabras exactas sin prisa, estaba segura de que acudirían, convocadas por la atmósfera que tan minuciosamente recreaba a su alrededor antes de sentarse a escribir. Y así era, salpicadas entre las breves interrupciones que dedicaba a aprehender la luz y los sonidos de su espacio, le llegaban las palabras que necesitaba, engastadas en la cadencia adecuada, en el tono apropiado.
Mañana sería tal vez una carta de impaciencia desbordante, pasado quizás una dedicada a la evocación de su último encuentro, pero lo que sabía seguro es que nunca dejaría sin respuesta aquella carta que le había enviado Daniel cuatro meses atrás, exigiéndole que asumiera de una vez la ruptura, que guardara silencio, que se hiciera por fin a la idea de que él ya no existía.
***

1 comentario:

  1. qué hermoso, cariño!
    Me encanta el final... y el principio... y el fragmento del centro...
    No, en serio, me encanta el mimo que le has puesto a un personaje que se supone acabado...
    La de veces, que hemos estado así, ¿verdad?
    Pero qué tontas y qué lindas somos las mujeres...

    Me gusta cómo juegas con el ambiente, la luz, las canciones... Precioso, de verdad.

    Un beso

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